¿Os habéis preguntado alguna vez la influencia que tuvo sobre nosotros el espacio en nuestro desarrollo como feto, es decir, la forma física del útero de nuestra madre?
Las características básicas de nuestro yo físico están determinadas genéticamente (huesos, músculos, órganos, nervios...) pero el entorno antes de nacer comienza a tener importancia en nuestro desarrollo y maduración.
Ni que decir tiene, la importancia que las emociones de nuestra madre nos transmitía a través de su sistema hormonal por vía sanguínea. Por ejemplo, la actitud que ella tenía ante sí misma, ante la vida, ante los problemas y las alegrías, ante su embarazo (si era deseado o no, si fue aceptado por su pareja o no, si fue aceptado por la familia o no...), o frente a la relación con el padre y en menor grado la influencia de este sobre el feto a través de su voz, o del tacto.
Pero centrándonos en el espacio, quería resaltar la importancia de como nuestro entorno afecta a la forma física de nuestro cuerpo.
Las características básicas de nuestro yo físico están determinadas genéticamente (huesos, músculos, órganos, nervios...) pero el entorno antes de nacer comienza a tener importancia en nuestro desarrollo y maduración.
Ni que decir tiene, la importancia que las emociones de nuestra madre nos transmitía a través de su sistema hormonal por vía sanguínea. Por ejemplo, la actitud que ella tenía ante sí misma, ante la vida, ante los problemas y las alegrías, ante su embarazo (si era deseado o no, si fue aceptado por su pareja o no, si fue aceptado por la familia o no...), o frente a la relación con el padre y en menor grado la influencia de este sobre el feto a través de su voz, o del tacto.
Pero centrándonos en el espacio, quería resaltar la importancia de como nuestro entorno afecta a la forma física de nuestro cuerpo.
En el útero materno comenzamos a distinguir entre sensaciones agradables y sensaciones ingratas y como consecuencia, desde muy pequeños (más de lo que pensamos) utilizamos diferentes estrategias para obtener lo que nos agrada y nos produce satisfacción y aprendemos otros modos de comportamiento para evitar lo que no deseamos.
Si de pequeños, al mostrar una emoción, esta es reprimida o no es orientada de forma adecuada por nuestros padres, se puede producir una respuesta inconsciente (o incluso consciente) y como consecuencia tensar alguna parte de nuestro cuerpo. La emoción la seguimos experimentando pero la respuesta exterior está reprimida por un bloqueo físico. Por ejemplo, el llanto muchas veces es reprimido por los que nos rodean mediante la burla, a través de frases como –“los hombres no lloran”-, o porque en su día sentimos como nuestros padres se incomodaban y desatendían un llanto justificado. También su opuesto, la risa, puede ser causa de un aprendizaje a la hora de reprimir nuestras emociones y sentimientos. Una educación muy estricta donde unos padres severos marquen unas pautas exageradas de conducta puede provocar una tensión física cuyo objetivo sea inhibir esa manifestación de alegría.
Imaginaros, a partir de estos dos ejemplos, la cantidad de sentimientos que a lo largo de la vida ocultamos porque alguna vez al expresarlos tuvimos una mala experiencia. Si pretendemos acordarnos de por qué, es posible que no seamos capaces nunca de descubrir la causa ni cuando se produjo, es más, sin ninguna duda pasaremos por este mundo sin relacionar jamás las emociones reprimidas con la tensión y dolor.
Con el tiempo y la repetición esas tensiones se transforman en un patrón de comportamiento habitual e inconsciente. Estos patrones aprendidos de niños los seguimos manteniendo de adultos. Tensiones que mantienen a raya sentimientos y emociones que crean en nosotros, al cabo del tiempo, una forma de vernos a nosotros mismos y una forma singular de ver la vida. Es una adaptación al medio que nos hace sentirnos más seguros. Si no las hacemos conscientes acabamos viviendo bajo la influencia del niño que fuimos y sus experiencias.
Cuando en la terapia intentamos hacer consciente nuestra postura, lo que estamos haciendo, entre muchas otras cosas, es dar el primer paso hacia el descubrimiento de ese patrón que puede estar marcando nuestra vida y del que es posible que necesitemos salir.
La musculatura posterior del cuello, la zona lumbar, los hombros, el estómago, la piel... Son lugares típicos donde se manifiesta la tensión. No siempre es debido a la acumulación de tensión emocional, hay otras causas por supuesto, pero puedo decir que en un porcentaje muy elevado sí podemos encontrar una clara conexión. También los movimientos repetitivos y posturas de trabajo, los traumas (caídas, accidentes,...) que generan rápidamente un patrón de tensión, los patrones culturales de belleza, son otros motivos de desequilibrio.
El año que viene mi deseo es crear un nuevo curso donde demos otro paso más. Descubrir como nos manejamos con nuestras emociones.
Muchas veces, sería incluso más seguro no mantener ninguna tensión. Desvincularnos de nuestro patrón inconsciente. Experimentar qué ocurre con otras opciones de comportamiento y movimiento. No eliminar nuestro patrón, puesto que es el que nos da seguridad, pero sí aprender nuevas formas de conducta para utilizarlas cuando creamos necesario. Simplemente, conseguir más herramientas en nuestro repertorio para utilizar en nuestra vida.
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