Érase una vez un par de moscas que revoloteaban a su antojo por una enorme casa. Vivían como reinas y hasta la fecha no habían encontrado una casa mejor que aquella. Tan grande, iluminada y a la vez con algunas estratégicas zonas sombrías para descansar. Disfrutaban todo el día de aquí para allá. Se paraban en el techo hasta que la sangre se les iba a la cabeza y no aguantaban más o se pasaban las horas haciendo looping y rozándose peligrosamente en pleno vuelo. Cómo aquellos aviones de la I Guerra Mundial que un día vieron sentadas frente a la tele del salón. Algunas veces se atrevían a limpiarse las alas encima del hombro del propietario de la casa . Pero no había otra cosa mejor que rechupetear el pastel de manzana que, en ocasiones, el dueño se dejaba sobre la mesa de la cocina.
La mayor, más gorda y negra, era la que tomaba las decisiones. Proponía hacer esto o lo otro según se le pasaba por la cabeza.
-Se me ha ocurrido una cosa super divertida, -dijo-.
-No será a ver quién se acerca más al agujero del water. Yo no me la juego otra vez, -respondió la pequeña-
-Fue mala suerte quedarse encerrada en aquel agujero.
El dueño de la casa siempre se dejó abierta la tapa del retrete.
No. No. Mira: ¿qué te parece si vamos a molestarlo mientras duerme la siesta?
-Es peligroso, -dijo la pequeña- Algunas veces su mano pasa bastante cerca de nosotras.
-Que va, tonta, no seas miedosa. Vamos.
Así lo hicieron, se dirigieron al sofá donde el humano estaba roncando a pierna suelta.
-¡Ven! ¡Mira como me paro en su frente! Y no pasa nada. ¿Ves?
-Yo prefiero las piernas que están más alejadas de los manotazos -Murmuraba la pequeña-
-Pero si es muy torpe! Mira! Mira! Me paré en su boca. Eso sí que le molesta. UuuuY!
-Vamos a dejarlo ya -gritó la pequeña-. Hagamos otra cosa.
-¡Qué quejica eres! Si pretendes algún día ser una mosca cómo yo, tendrás que ser más atrevida. En la vida hay que mirar siempre hacia delante. Nunca atrás, -sermoneó la mosca negra y grande a la pequeña.
Y así siguieron durante todo el día... Haciendo monerías contra el espejo de la entrada, acercándose a la cuna para disfrutar del pañal del bebé mientras le hacían cosquillas en los pies o burlándose de la dueña de la casa que barría el pasillo y la terraza.
Entonces, al final del día, cuando se disponían a relajarse en una oscura esquina de la despensa, observaron una gran caca de perro en el jardín. Rápidamente emprendieron el vuelo como poseídas pero a mitad de camino las dos tropezaron contra una gran ventana que daba al hermoso y florido patio.
-Eh! ¿Qué pasa? Vaya castañazo me he dado. -Se lamentó la mosca mayor-
-No sé. Parece como si una fuerza sobrenatural nos impidiera proseguir nuestro camino. Por más que empujo no puedo continuar mi vuelo, -gritó la más pequeña-
-Pues empuja. Nada nos va a detener.
Nada nos puede separar de ese hermoso excremento canino.
¿Cómo es posible?
¡Empuja!
Recuerda siempre hacia delante.
No mires atrás.
Somos las reinas de esta casa.
Y así pasaban los minutos, mientras empujaban, revoloteaban, moscardeaban contra aquel cristal. Por arriba, por abajo, por la izquierda y derecha, ningún hueco para sobrepasar aquella barrera. Gritaban y zumbaban como en una película de samurais chinos pero todo era en vano. La pequeña, entonces se paró a reflexionar, miró a su compañera y dijo: creo que no hay nada que hacer. Por más que lo intentemos nunca conseguiremos traspasar este campo energético. La mayor, más gorda, negra y también con más orgullo, vociferó: Continúa, no mires atrás. Continúa. Tras varias horas de lucha contra el cristal, le fueron apareciendo unas enormes ojeras, No paraba de jadear, sudar y disimulaba intentando demostrar que nada la detendría.
La pequeña la miraba pensativa mientras reponía fuerzas. Es inútil. Esto debe tener una explicación científica. Entonces sin pensarlo, emprendió el vuelo otra vez, recordando el camino por el que había llegado hasta allí. Dio marcha atrás, cerró los ojos y arrancó de nuevo su vuelo pasando ante su sorpresa por la otra hoja de la ventana que estaba abierta.
-Eh! Eh! Lo he conseguido.
Lo he conseguido.
Pasé la barrera energética.
La mierda es mía. -Gritaba llena de alegría-
La mosca grande, sorda de extenuación, continuaba empujando sin escuchar. Cada vez más cercana a su fin. Y así la pequeña mientras saltaba y disfrutaba de aquel excremento, divisaba a lo lejos a su orgullosa amiga delirando en soledad:
-Siempre hacia delante.
Siempre hacia delante...-Susurraba para sus adentros-
Moraleja:
Para comerte una mierda solo tienes que recordar tus antiguos pasos y volverlos a repetir. Para cagarla solo tienes que mirar hacia delante nunca hacia atrás.
Mirso de Tolina