"de vez en cuando los amigos tienen el deber de hacerse sentir como cuando eran niños"

Un día más me quedaré sentado aquí
en la penumbra de un jardín tan extraño.
Cae la tarde y me olvidé otra vez
de tomar una determinación.
Esperando un eclipse
me quedaré,
Persiguiendo un enigma
al compás de las horas.
Dibujando una elipse
me quedaré,
entre el sol y mi corazón.
Junto al estanque me atrapó la ilusión
escuchando el lenguaje de las plantas.
He aprendido a esperar sin razón.
Soy metálico en el Jardín Botánico
Con mi pensamiento sigo el movimiento
de los peces en el agua.
Un día más me quedaré sentado aquí
en la penumbra de un jardín tan extraño.
Cae la tarde y me olvidé otra vez
de tomar una determinación.
Esperando un eclipse
me quedaré,
Persiguiendo un enigma
al compás de las horas,
Dibujando una elipse
me quedaré,
entre el sol y mi corazón.








































miércoles, 15 de septiembre de 2010

Mosquis

Érase una vez un par de moscas que revoloteaban a su antojo por una enorme casa. Vivían como reinas y hasta la fecha no habían encontrado una casa mejor que aquella. Tan grande, iluminada y a la vez con algunas estratégicas zonas sombrías para descansar. Disfrutaban todo el día de aquí para allá. Se paraban en el techo hasta que la sangre se les iba a la cabeza y no aguantaban más o se pasaban las horas haciendo looping y rozándose peligrosamente en pleno vuelo. Cómo aquellos aviones de la I Guerra Mundial que un día vieron sentadas frente a la tele del salón. Algunas veces se atrevían a limpiarse las alas encima del hombro del propietario de la casa . Pero no había otra cosa mejor que rechupetear el  pastel de manzana que, en ocasiones, el dueño se dejaba sobre la mesa de la cocina.

La mayor, más gorda y negra, era la que tomaba las decisiones. Proponía hacer esto o lo otro según se le pasaba por la cabeza.
-Se me ha ocurrido una cosa super divertida, -dijo-.
-No será a ver quién se acerca más al agujero del water. Yo no me la juego otra vez, -respondió la pequeña-
-Fue mala suerte quedarse encerrada en aquel agujero.  
El dueño de la casa siempre se  dejó abierta la tapa del retrete.  
No. No. Mira: ¿qué te parece si vamos a molestarlo mientras duerme la siesta?
-Es peligroso, -dijo la pequeña- Algunas veces su mano pasa  bastante cerca de nosotras.
-Que va, tonta, no seas miedosa. Vamos.

Así lo hicieron, se dirigieron al sofá donde el humano estaba roncando a pierna suelta.

-¡Ven! ¡Mira como me paro en su frente! Y no pasa nada. ¿Ves?
-Yo prefiero  las piernas que están más alejadas de los manotazos -Murmuraba la pequeña-
-Pero si es muy torpe! Mira! Mira! Me paré en su boca. Eso sí que le molesta. UuuuY! 
-Vamos a dejarlo ya -gritó la pequeña-. Hagamos otra cosa.
-¡Qué quejica eres! Si pretendes algún día ser una mosca cómo yo, tendrás que ser más atrevida. En la vida hay que mirar siempre hacia delante. Nunca atrás, -sermoneó la mosca negra y grande a la pequeña.
Y así siguieron durante todo el día... Haciendo monerías contra el espejo de la entrada, acercándose a la cuna para disfrutar del pañal del bebé mientras le hacían cosquillas en los pies o burlándose de la dueña de la casa que barría el pasillo y la terraza.

Entonces,  al final del día, cuando se disponían a relajarse  en una oscura esquina de la despensa, observaron una gran caca de perro en el jardín. Rápidamente emprendieron el vuelo  como poseídas pero a mitad de camino las dos tropezaron contra una gran ventana que daba al hermoso y florido patio.

-Eh! ¿Qué pasa? Vaya castañazo me he dado. -Se lamentó la mosca mayor-
-No sé. Parece como si una fuerza sobrenatural nos impidiera proseguir nuestro camino. Por más que empujo no puedo continuar mi vuelo, -gritó la más pequeña-
-Pues empuja. Nada nos va a detener.
Nada nos puede separar de ese hermoso excremento canino. 
¿Cómo es posible? 
¡Empuja!
Recuerda siempre hacia delante.
No mires atrás.
Somos las reinas de esta casa.

Y así pasaban los minutos, mientras empujaban, revoloteaban, moscardeaban contra aquel cristal. Por arriba, por abajo, por la izquierda y derecha, ningún hueco para sobrepasar aquella barrera. Gritaban y zumbaban como en una película de samurais chinos  pero todo era en vano. La pequeña, entonces se paró a reflexionar, miró a su compañera y dijo: creo que no hay nada que hacer. Por más que lo intentemos nunca conseguiremos traspasar este campo energético. La mayor, más gorda, negra y también con más orgullo,  vociferó: Continúa, no mires atrás. Continúa. Tras varias  horas de lucha contra el cristal,  le fueron apareciendo unas enormes  ojeras,  No paraba de jadear, sudar y disimulaba  intentando demostrar que nada la detendría.
La pequeña la miraba pensativa mientras reponía fuerzas. Es inútil. Esto debe tener una explicación científica. Entonces sin pensarlo, emprendió el vuelo otra vez, recordando el camino por el que había llegado hasta allí. Dio marcha atrás, cerró los ojos y arrancó de nuevo su vuelo pasando ante su sorpresa  por la otra hoja de la ventana que estaba abierta.

-Eh! Eh! Lo he conseguido.
Lo he conseguido.
Pasé la barrera energética.
La mierda es mía.  -Gritaba llena de alegría-

La mosca grande, sorda de extenuación, continuaba empujando sin escuchar.  Cada vez más cercana a su fin. Y así la pequeña mientras saltaba y disfrutaba de aquel excremento, divisaba a lo lejos a su orgullosa amiga delirando en soledad:
-Siempre hacia delante.
 Siempre hacia delante...-Susurraba para sus adentros-

Moraleja:


Para comerte una mierda solo tienes que recordar tus antiguos pasos y volverlos a repetir. Para cagarla solo tienes que mirar hacia delante nunca hacia atrás.

Mirso de Tolina

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Como dicen la experiencia es la madre de la ciencia.Hay que mirar atrás mientras que los errores del ayer no te impidan avanzar.
Utilizar lo escatológico para ilustrar una moraleja no es frecuente pero a mí me hace mucha gracia.

Anónimo dijo...

No he podido evitar acordarme de la canción de Serrat "Las moscas", ¿la recuerdas?, creo que le acompañaría muy bien su música:

Vosotras las familiares,
inevitables, golosas,
vosotras moscas vulgares
me evocáis todas las cosas.

¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!

Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada,
de esta segunda inocencia
queriendo creer en nada,
en nada.

Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras noches de estío
en que yo empecé a soñar.

Y en la aborrecida escuela
raudas moscas divertidas,
perseguidas, perseguidas,
por amor de lo que vuela.

Yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.

Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas
ni brilláis cual mariposas,
pequeñitas, revoltosas,
vosotras amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.

Ha sido tu relato divertido a la vez que moralizante. Besos. Anónim@.