Érase una vez, una estudiante de Erasmus que siempre se sentaba en la primera fila y no paraba de echarme miraditas. Yo nunca he entendido muy bien el significado de ese lenguaje no verbal. Más bien me confunde. Admiro a aquellos que tras un breve rastreo son capaces de discernir entre las chicas que se presentan con posibilidades y saben descartar las que te van a dar con la puerta en las narices. Siempre he sido muy torpe para eso. Mi madre me lo recordaba siempre. "Torpe, que eres un torpe..." Como aquella vez que me atraganté con una aceituna gigante intentando sacarle el jugo. El aceitunón se quedó atravesado en mi garganta y me quedé sin respiración. Asustado, fui dando botes hasta la cocina con la intención de hacerlo retroceder, y mi madre, mientras me gritaba torpe, me dio una imprevista colleja que provocó que la aceituna saliese disparada rompiendo el cristal de la puerta de la cocina. Menos mal. Gracias mamá.
A lo que iba. A las 4 de la mañana el bar cerró y Jane y yo nos dirigimos hacia su casa. Yo me había quedado sin conversación y ella debido a su dificultad en hablar español tampoco soltaba ni una. Las manos me sudaban y en la nuca sentía el frío de la noche que me paralizaba. Entramos en el portal y ella subió unos cuantos peldaños hasta el ascensor. Yo me quedé en la puerta. Me moría por besarla. Por cogerla en mis brazos y darle un apasionado beso español. Pero las rodillas me temblaban y me impedían dar un paso. Mi única oportunidad era esperar a que la luz del portal se apagase y oculto por la segura oscuridad, abalanzarme hacia ella y besarla. Así que decidí esperar unos segundos a que la bombilla dejase de iluminar mi enorme timidez. Nos miramos fijamente. Sus señales de atracción eran cada vez más evidentes. Muy tonto tenía que ser para no darme cuenta, pero, esa maldita luz no se apagaba.
¿Por qué?
¡Apágate ya jodía! ¡Apágate!
El caso es que estuvimos mirándonos fijamente durante una eternidad. Una eternidad de frío, corriente nocturna, estupidez y cobardía. Por lo menos a mí me lo pareció así. Una infinita eternidad de luz y silencio. Supongo que la guiri se iría enfriando (acorde a la noche) según pasaban los minutos. Aun así, tengo que reconocer que aguantó el tirón durante un buen rato. La escena pudo quedar como la de dos pistoleros cruzando sus miradas en mitad del poblado desértico antes de disparar. Pero subió al ascensor y nunca más la volví a ver. Al marcharme dejé de presionar el interruptor con mi hombro. Entonces se apagó la luz.
¿Por qué?
¡Apágate ya jodía! ¡Apágate!
El caso es que estuvimos mirándonos fijamente durante una eternidad. Una eternidad de frío, corriente nocturna, estupidez y cobardía. Por lo menos a mí me lo pareció así. Una infinita eternidad de luz y silencio. Supongo que la guiri se iría enfriando (acorde a la noche) según pasaban los minutos. Aun así, tengo que reconocer que aguantó el tirón durante un buen rato. La escena pudo quedar como la de dos pistoleros cruzando sus miradas en mitad del poblado desértico antes de disparar. Pero subió al ascensor y nunca más la volví a ver. Al marcharme dejé de presionar el interruptor con mi hombro. Entonces se apagó la luz.
Mirso de Tolina
1 comentario:
No es cosa de torpeza. Es que a veces, sólo a veces, hay que ser más impulsivo que reflexivo. Anónim@.
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