Bueno, la tranquilidad que buscaba debía estar más lejos, así que decidí llegar hasta La Peza. 42km 537m más allá de mis tabiques este y oeste llegué a un banco de madera a la entrada del pueblo. Un pequeño cobertizo de troncos cubría un mapa titulado Comarca de Guadix. A su espalda tres banderas. En la izquierda la de la CE, en el centro la española, a la derecha la andaluza. Un autobús de Alsina Graells con su conductor camisa azul clara, suéter azul oscuro, esperaba su salida dirección Guadix un poco más abajo. Me quité el casco, los guantes, saqué de mi mochila mi “taper” de los 101 Dálmatas, me senté y estiré las piernas dispuesto a almorzar tranquilamente en el soleado banquito.
Saboreaba mi deliciosa comida y la paz de aquel pueblo perdido. Nadie alrededor. Las calles vacías. El sol lamía mi espalda. Un balido a lo lejos interrumpía el silencio. Cada vez se fue haciendo más intenso hasta que apareció en la plaza su dueño. Un hombre llevaba en brazos a una pequeña cabra de unos cuantos meses. La cabra me miró. Yo la miré. Ella no quería estar allí. Yo no quería estar en mi casa. La verdad es que teníamos más en común de lo que nos imaginábamos. Ella quería andar, correr, pastar, ser libre. Yo quería andar, correr, comer mi delicioso arroz del "taper", ser libre también. Ella balaba. Yo no. Eso, no hubiera sido bien visto por los habitantes del pueblo. El conductor de la Alsina no se hubiera sentido cómodo viéndome balar vestido de ciclista y aunque me apetecía no lo hice.
Lo que sí hice, al terminar de comer, fue dirigirme a una de las tantas panaderías que hay en el pueblo. Famoso por su pan. Pan de la Peza. El mejor pan del mundo según algunos. Me apetecía algo dulce para rematar la comida. Tras callejear unos minutos, entré en una pequeña panadería que había un poco más allá del banco donde estaba sentado.
-Hola ¡Buenas!
-Hola. -me respondió un señor con voz de pito-
-Quería unos roscos de vino. Póngame media docena.
El señor, dando como pequeños saltitos se dirigió a la bandeja de los roscos. Vestía un suéter de pico a rayas multicolor y otro debajo blanco de cuello alto.
-¿Media docena me ha dicho, no? -preguntó con una extraña voz aguda que me era muy familiar- El caso es que me recordaba a alguien pero no sabía bien quién.
-¿Algo más? -Volvió a preguntarme- Mientras regresaba al mostrador con pequeños pasos en forma de sube y baja. Como si estuviera montado en un camello de miniatura.
Para hacer un poco de tiempo le pedí unas empanadillas de pisto y dos tortas de aceite. Este tío me suena mucho, pensé. Ese pelo negro de punta... Esa nariz naranja... Esa uniceja sin depilar... No lo habré visto en Granada. Este creo que lo he visto yo en el teatro Alhambra. Este hombre es famoso... síiii.... Y mientras le daba vueltas al coco. Empezó a salir humo de la parte trasera de la panadería. Un humo negro que lo invadía todo... Rápidamente abrí la puerta de la calle para que el humo circulara y en ese momento:
-¡Blas! ¡Blas! Corre! Corre! ¡Humo!. Ah! Humo! Ah!, ¡Blas! ¿Hasta qué hora me dijiste que tuviera los 12 panecillos? ¿Hasta las 6?
-¡NoooOOOooooo, Epi! Te dije que metieses 6 panecillos y los sacases a las 12. ¡Epi, siempre igual! ¡OhhOhhhh!
Ya está. Al ver a su acompañante, naranja, con su nariz roja y su sueter a rayas, me vino a la mente quienes eran. ¡Faemino y Cansado!
De repente, una rana verde pistacho con gabardina y un micrófono entró en la panadería.
-Hola! Soy Gustavo el reportero más dicharachero, -me puso el micrófono en la boca y me preguntó-: ¿Es verdad que está a punto de darle el beso de amor a la princesa para despertarla?
-¿Quéeeeeee? -dije- Yo he venido a por unos roscos de vino
Entonces entró un monstruo azul con grandes manos. Me miró. Miró la bolsa. Me volvió a mirar, me quitó los roscos y se los comió casi sin masticar con bolsa incluida.
-¡Será cabrón, la mierda de monstruo este! ¡Pues no se ha comido mis roscos!
-¿Entonces, quiere decir que no va a besar a la princesa? -dijo la rana- Y una pequeña princesa con su corona y el pelo rubio se puso a llorar, y llorar. No había forma de pararla.
Cansado de tanto follón. Salí de la panadería cogí mi bici, las tortas, las empanadillas y me fui. Antes de alejarme, el pequeñajo de color naranja salió corriendo detrás de mí y me preguntó si me podía hacer una foto.
-Haz lo que quieras. Yo no voy a volver más por aquí -dije-
La sensación que tengo desde aquel día es muy extraña. Parece como si ese pueblo me hubiera cambiado. Además, me siento como observado. Cuando me ducho me cuesta mucho secarme y la crema hidratante no hay forma que penetre en mi piel. Mi casa está llena de unos extraños pelos azules. Y lo más raro es que no encuentro el manillar de mi bici y además hace un ruido parecido a pisadas de caballo. Tengo que llevarla al taller. En fin, aquí os dejo la foto que me hizo aquel tipo con la cabeza de mandarina.
Saboreaba mi deliciosa comida y la paz de aquel pueblo perdido. Nadie alrededor. Las calles vacías. El sol lamía mi espalda. Un balido a lo lejos interrumpía el silencio. Cada vez se fue haciendo más intenso hasta que apareció en la plaza su dueño. Un hombre llevaba en brazos a una pequeña cabra de unos cuantos meses. La cabra me miró. Yo la miré. Ella no quería estar allí. Yo no quería estar en mi casa. La verdad es que teníamos más en común de lo que nos imaginábamos. Ella quería andar, correr, pastar, ser libre. Yo quería andar, correr, comer mi delicioso arroz del "taper", ser libre también. Ella balaba. Yo no. Eso, no hubiera sido bien visto por los habitantes del pueblo. El conductor de la Alsina no se hubiera sentido cómodo viéndome balar vestido de ciclista y aunque me apetecía no lo hice.
Lo que sí hice, al terminar de comer, fue dirigirme a una de las tantas panaderías que hay en el pueblo. Famoso por su pan. Pan de la Peza. El mejor pan del mundo según algunos. Me apetecía algo dulce para rematar la comida. Tras callejear unos minutos, entré en una pequeña panadería que había un poco más allá del banco donde estaba sentado.
-Hola ¡Buenas!
-Hola. -me respondió un señor con voz de pito-
-Quería unos roscos de vino. Póngame media docena.
El señor, dando como pequeños saltitos se dirigió a la bandeja de los roscos. Vestía un suéter de pico a rayas multicolor y otro debajo blanco de cuello alto.
-¿Media docena me ha dicho, no? -preguntó con una extraña voz aguda que me era muy familiar- El caso es que me recordaba a alguien pero no sabía bien quién.
-¿Algo más? -Volvió a preguntarme- Mientras regresaba al mostrador con pequeños pasos en forma de sube y baja. Como si estuviera montado en un camello de miniatura.
Para hacer un poco de tiempo le pedí unas empanadillas de pisto y dos tortas de aceite. Este tío me suena mucho, pensé. Ese pelo negro de punta... Esa nariz naranja... Esa uniceja sin depilar... No lo habré visto en Granada. Este creo que lo he visto yo en el teatro Alhambra. Este hombre es famoso... síiii.... Y mientras le daba vueltas al coco. Empezó a salir humo de la parte trasera de la panadería. Un humo negro que lo invadía todo... Rápidamente abrí la puerta de la calle para que el humo circulara y en ese momento:
-¡Blas! ¡Blas! Corre! Corre! ¡Humo!. Ah! Humo! Ah!, ¡Blas! ¿Hasta qué hora me dijiste que tuviera los 12 panecillos? ¿Hasta las 6?
-¡NoooOOOooooo, Epi! Te dije que metieses 6 panecillos y los sacases a las 12. ¡Epi, siempre igual! ¡OhhOhhhh!
Ya está. Al ver a su acompañante, naranja, con su nariz roja y su sueter a rayas, me vino a la mente quienes eran. ¡Faemino y Cansado!
De repente, una rana verde pistacho con gabardina y un micrófono entró en la panadería.
-Hola! Soy Gustavo el reportero más dicharachero, -me puso el micrófono en la boca y me preguntó-: ¿Es verdad que está a punto de darle el beso de amor a la princesa para despertarla?
-¿Quéeeeeee? -dije- Yo he venido a por unos roscos de vino
Entonces entró un monstruo azul con grandes manos. Me miró. Miró la bolsa. Me volvió a mirar, me quitó los roscos y se los comió casi sin masticar con bolsa incluida.
-¡Será cabrón, la mierda de monstruo este! ¡Pues no se ha comido mis roscos!
-¿Entonces, quiere decir que no va a besar a la princesa? -dijo la rana- Y una pequeña princesa con su corona y el pelo rubio se puso a llorar, y llorar. No había forma de pararla.
Cansado de tanto follón. Salí de la panadería cogí mi bici, las tortas, las empanadillas y me fui. Antes de alejarme, el pequeñajo de color naranja salió corriendo detrás de mí y me preguntó si me podía hacer una foto.
-Haz lo que quieras. Yo no voy a volver más por aquí -dije-
La sensación que tengo desde aquel día es muy extraña. Parece como si ese pueblo me hubiera cambiado. Además, me siento como observado. Cuando me ducho me cuesta mucho secarme y la crema hidratante no hay forma que penetre en mi piel. Mi casa está llena de unos extraños pelos azules. Y lo más raro es que no encuentro el manillar de mi bici y además hace un ruido parecido a pisadas de caballo. Tengo que llevarla al taller. En fin, aquí os dejo la foto que me hizo aquel tipo con la cabeza de mandarina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario